Mes: agosto 2016

Haz caso a la publi. And ví japi.

blabla.

Mi tía Felisa se creía que el guaperas con bata que le recomendaba usar Colgate realmente era dentista. “Yo a ti te abro la boca y el resto”, decía mirando al televisor. Y no sólo eso, además a mi tía le parecía plausible el que el equipo de rodaje del anuncio de Skip irrumpiese en la cocina de una señora de Cuenca para averiguar su grado de satisfacción con la colada.

Aquella publicidad ibérica, pre-digital, pre-erótica y pre-globalizada con sus eslóganes básicos cual la letra de un pasodoble, podía extraviarse a veces por pasillos surrealistas pero siempre incluía una segunda lectura comprensible a los idiotas. Mentía con fanfarrias y en castellano-leonés, no susurrando inglés como la actual. Sin ser necesario —sólo lo fue mucho después— aclarar que los Clicks de Famobil no se movían solos. Primaba la racionalidad. Los niños sabíamos que para que a la hora del recreo aterrizase en tu colegio el helicóptero de Tulipán era imprescindible que el patio poseyese unas dimensiones determinadas, asumiendo sin traumas que sólo los de la enseñanza privada tenían la posibilidad de untarse el pan con margarina.

Cuarenta años después los productos precisan todavía de la perfidia y el amor de un publicista. Una mente superior inspirada por musas argentinas. Un genio a sueldo que fotografíe, maquete, suba, descargue, comparta y viralice. Un akelarre de magos de la edición que condensen en dos minutos las mejores capturas de la eternidad, con sus amaneceres y sus ocasos. Y su culo.

De ahí que hoy, cuarenta años después, cuando ya no quedan genuinas tías felisas, los críos poseen sus propios helicópteros y las señoras de la periferia no admiten que un desconocido traspase el perímetro de su cocina, me haya sorprendido tanto el primitivismo, no sé si pueril, papuano o yanomami, de este anuncio.

La protagonista no tiene pudor en mostrarse amargada, mohína, casi contrahecha. Virada en azules.

No te rayes, tía, le dicen. Conéctate. Cuenta quién eres y que viajas sola. Describe tu coche, marca, modelo y color. Concreta la ruta que vas a seguir y qué día y a qué hora. Añádele tu fotografía si por esos azares de la genética estás medianamente buena.

Nuestra aplicación te garantiza un viaje feliz. En realidad una felicidad puntual que nosotros extrapolamos al resto de tu vida, porque además de ser emprendedores somos cojonudos.

Despreocúpate por los psicópatas, añado yo. Sólo existen en las series americanas,  localizadas siempre en lugares donde nieva mucho. ¡Y joder, tía, no va a haber uno aguardando justamente entre Longares y Peñíscola!

Logándote —que es un verbo gilipollas— harás de tu periplo una experiencia cuasi lisérgica. Tus compañeros, exactamente en tu franja de edad, serán majos, simpáticos, ocurrentes, limpios… Te sonreirán. Te cautivarán. Te sonreirán aún más. Sonreirás tú a la par que ellos sonríen. Sonreiréis juntos con sonrisas Vitaldent al de la garita del peaje, al de Repsol… Si se tercia hasta al picoleto.

Por descontado; quienes contacten contigo, hombres o mujeres, tendrán un polvazo.

Nadie sobrepasará los 40 años, una edad decrépita en la que tosemos, olemos mal y sufrimos fugas. Entre tus compañeros de viaje no habrá calvos. Ninguno vestirá de Carrefour ni estará gordo. Durante el viaje te hablarán de sus experiencias en Haití, trabajando en una ONG patrocinada por las patatas Pringles. Bromearéis sobre temas divertidos, como lo mal que hablan en inglés vuestras madres, por ejemplo, pero eludiréis los asuntos aburridos como la política, la necesidad de una urgente reindustrialización de España o la autoría de los incendios forestales.

Conectaréis, tenlo por seguro. Habrá química. Y nadie pondrá objeciones a que conduzcas wasapeando u os hagáis selfies y se los envíes a tu amiga Rebe mientras vas por una recta a 160.

¿Qué pasa? ¿No te decides? ¿Lo dudas?

Eres un poco desconfiada, tía.

Vaya resentida me estás resultando.

Mal follá, fea, neurótica de habas…

Una sociópata, eso es lo que eres, maja.

Pero oye… Tú misma.

Vete sola si eso te complace y no quieres ahorrarte los 75 eurazos de la gasolina.

Más tonta serás, ya que ahorrándolos tendrías para pagar esos 21.000 euros que le debes al banco por el coche, así como los 700 de tu Iphone, los 40 que pagas por la tarifa plana, los 300 del bolso que te moló, los 3500 de esa liposucción imprescindible que te harás cuando sobrepases la treintena y los 12 del gel de Durex con sabor a papaya. Por si ligas.

Que siendo así de borde te adelanto que va a ser que no.

 

Sólo los pringados van al Purgatorio

Santiago Apóstol

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A la vista de una vieira rebozada Rod el americano me comentó que estaba pensando en hacer el Camino de Santiago.

No me hubiese sorprendido más de haber confesado militar en el Partido Marxista de Texas, pero lo entendí cuando supe que la noche anterior, en los lavabos de la Scratch, se había calzado a una estudiante de turismo que era, valga la redundancia, de Santo Domingo de la Calzada. La muchacha aun habiendo sucumbido ante el 1,89 del yanqui no hizo dejación de su vocación profesional y en post-coito, compartiendo un Winston sentados sobre el inodoro, procuró informarle acerca de la Ruta Jacobea. Una lástima que su esfuerzo, y me refiero al divulgativo, fuese inútil a causa de la escasa capacidad de atención del interfecto.

«Yo sé que James viene a España por camino y lucha con moros en Granada», afirmó rotundo rebañando la salsa de unas papas bravas y poniéndome en la penosa obligación de aclararle los conceptos en un resumen de tres minutos con el que abarqué desde Numancia a la victoria de Rajoy. No pude evitar sin embargo que una vez engullido el último cacho de pan, él me manifestase sus conclusiones.

Rod opinaba que si el camino nunca perteneció al apóstol, por no haberlo adquirido jamás, y no tratándose tampoco de la ruta que siguió, lo deberíamos denominar “camino a Santiago”. Con ello todo el mundo entendería algo según él fundamental; que conduce a la ciudad y no al personaje. Añadió que dado que el camino ya existe y no es preciso “hacerlo”. Lo adecuado sería utilizar otro verbo más descriptivo. “Travel the road to Santiago city”. O peor; “play the Santiago city rout”, me sugirió. Le di la razón y pedí otra de bravas. Pagaba él.

Sé que constituye una blasfemia vincular al garulo de Rod con el arte, pero su insustancialidad vino hace un rato a mi cabeza mientras hojeaba el libro escrito e ilustrado por un artista y amigo a quien no cito por por estricta delicadeza, pues la razón de ser de este bloc es manifestarme cínico y borde, con lo que en él el afecto no tiene lugar.

Mirando sus prolijos dibujos estuve preguntándome por qué absurda rinconada del córtex podía transmitirse el «gozo» del peregrino medieval cuando, sin prendas de nylon, recorría en febrero la bisectriz del valle de Aspe. Qué santo traficante le surtiría de las «pastis» de misticismo con las que se dopaba para ascender el Somport. O qué tipo de paz inundaba su espíritu cuando, malnutrido, se desplomaba llegando a Aruej. Cómo era posible que sin el auxilio del conejito de Duracell pudiese alcanzar uno solo de los imparables multi-orgasmos que proporciona contemplar los pliegues y los dorados del Maestro de Sigena.

Carentes de GPS, pan Bimbo y guías del románico, los peregrinos de antaño cruzaban Europa como aquel que se dirige a su embajada tras habérsele sido sustraída la riñonera en Punta Cana. Ansiaban un documento, un papelote matasellado con el que eludir problemas de tránsito. Verse liberados tras la muerte de la obligación de aguardar en el Purgatorio, en pelotas y sin haber dormido, y existiendo siempre el riesgo de que por la falta de una póliza, ser despeñado en el abismo donde deformes diablos le ensartarían por el recto cual en las tablas de Hans Memling.

En la actualidad el purgatorio está en desuso. Y tengo entendido que el infierno está a punto de cerrar. Belcebú, travestido, hace ahora la calle. Lamento sus circunstancias pero gracias a ello hoy podemos disfrutar de cada capitel, cada crismón y cada ajedrezado sabiendo que no seremos fritos en aceite tras la muerte.

A cambio nos acongoja serlo en vida, mientras hacemos cola en un Burger. En nuestro novísimo averno globalizado el diablo es prescindible y basta con un fanático y/o cabrón que esconda un frasco de TATP o un subfusil bajo la chaquetilla del chándal.

No se trata ahora de solicitar un estúpido pase vip sino de algo bastante más comprometido, obtener inmunidad ante esos puntuales infiernos terrenos, resultado de priorizar los intereses económicos y perpetrar unas pésimas políticas exteriores.

Santiago debería ponerse ya. Proponer al Todopoderoso productos de última generación, de modo especial indulgencias respecto al titadine. Y si me lo permite el apóstol, creo que quizá sería un buen momento para desmontar y asegurarle al sarraceno que si lo pisoteó con el caballo fue por accidente.

En el caso de que le falle la diplomacia siempre puede realizar un curso con los TEDAX.

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A. Rafael Margalé Herrero. “El Camino de Santiago en la Jacetania y su influencia en el patrimonio arquitectónico de la comarca” (Editorial TAUMAR. 2004)

chimeneas de la Jacetania.